viernes, 8 de noviembre de 2013

Cuando lo pequeño se hace grande: Stockholm (Notas para un grupo de valientes)



Con este tiempo tan nublado, donde hasta los ministros que maneja números creen tener licencia para evaluar la calidad del audiovisual, donde una realidad cada vez más caníbal devora las salas, las taquillas e incluso la ilusión de los nuevo cineastas, ha nacido un motivo más para seguir esperanzados: Stockholm. 

Stockholm es sinónimo de sueño hecho realidad, de insistencia, de perseverancia, frescura, talento, de creer en lo que hacemos y de lo más difícil, de saber que saldrá adelante cuando se hace equipo. 

Ayer, en el prestreno de esta modesta producción y ante un cine abarrotado de cara conocidas de nuestro panorama fílmico (también aquí da gusto ver que somos piña), unos jóvenes, gran parte de ellos salidos de la ecam, enseñaron sin complejos y orgullosos, un fruto que tiene, o más bien debe, ser el camino de muchas producciones de este país. 

Ya dentro de la piel del film, Stockholm es una historia de amor, que remueve, que irrita, que sacude y a la vez decepciona, que esperanza y que suelta mariposas en el estómago, que promete y desaparece. Unos diálogos, bien medidos, que juegan a  tenerte en vilo durante todo el metraje, donde contar una historia es es un viaje lleno de sorpresas. Rodrigo Sorogoyen consigue con su realización sentarnos en primera clase con lo básico (un plano fijo,un largo recorrido en steady por las calles de Madrid, un lento travelling al pie de unas escaleras...) para inyectarnos la efectividad de la sencillez bien llevada. 

Todo ello sustentado por dos actores:  un Javier Pereira a un alto nivel y especialmente una Aura Garrido que está en estado de gracia y a la que en cada trabajo y especialmente en este, ya no encuentro calificativos para definir lo que consigue con cada palabra o mirada. 

Y podría enumerar más méritos de esta producción, los solo 12 días que han tardado en rodarla, un presupuesto irrisorio, que aquello del crowfounding que a muchos le suena a chino, haya servido, que el Festival de Málaga haya sabido reconocerlo con varios premios en su pasada edición, que en definitiva, ese sueño, con el que muchos que aún estudian cine o recién están haciendo sus primeros cortos y no terminan de ver como madura, vean que existe, que se palpa y que el talento, y el trabajo pueden dar pequeñas joyas como Stockholm. 

Y a titulo personal, y aunque sin desmerecer el trabajo que tengo pero que me hace desconectar durante semanas o meses y perder la pista al séptimo arte,  me doy cuenta de  la rabia que siento, de haberme perdido esta aventura desde su interior, de no haber podido aportar otro grano de arena más. Tanto así, que al empezar la película comentamos sobre  la biznaga a mejor guionista que se llevo la película, sin poner nombres, intuyendo cuantos conocidos estarán detrás de todo esto. 

Me emociono, leo los créditos (tanto compañero de mis años de escuela), delante de mi, sentada, esta otra compañera con la que trabajábamos codo con codo juntos en los proyectos de la escuela, y es ella, a la que yo siempre encontré como gran escritora,  la  que firma la historia de este regalo de hora y media. La rabia se transforma en orgullo, yo no estoy, pero cuanto me alegra saber quienes han trabajado en esto. Me acerco a ella, como un niño nervioso, la felicito, solo puedo darle las gracias por hacernos ver a muchos que no hay nada perdido, que las historias están para ser contadas y que el público sigue ávido de poder verlas. La vuelvo a felicitar, no me canso de poder alabar la valentía de estos jóvenes que han perseguidos sus sueños hasta verlos proyectados en una pantalla. 





No hay comentarios: