Con tanta diversión tras ver Toy Story 3, me han entrado ganas de revisar mis juguetes. No es broma, ha dado la casualidad que he bajado a casa de mis padres y he podido curiosear con las piezas con las que me entretenía.
Recordando esta obra maestra que ha creado Pixar (inventor de los nuevos sueños de los jóvenes y no tan jóvenes), me hace volver atrás en el tiempo y rememorar el número de horas que pasaba jugando con los playmobil, haciendo hablar a los muñecos de goma o poniendo las últimas piezas en el puzzle. Es precisamente esta película la que consigue un curioso efecto: volver a disfrutar con la intensidad con la que lo hacía de niño, siendo un film de inteligencia adulta en muchos de su planteamientos.
Ingenio, comedia, ternura, terror... está producción está cuidada en cada detalle. Toy story consigue el efecto que pocas películas de ficción consiguen: abstraerme por completo, no parpadear en hora y media, y quitarle hierro a muchas cosas que meses atrás me tenían preocupado.
Vuelvo de pasar un fin de semana en mi tierra, en la que viví de pequeño. Creo que mis amigos y yo hemos disfrutado por momentos con la intensidad con la que disfrutábamos con esos juguetes, con esa sencillez infantil que llena de vitalidad.
Tengo amigos que, sin llegar a tener el síndrome de Peter Pan, rodean su casa con juguetes, muñecos y figuritas que ademas de dar colorido y alegría a su casa, estoy convencido que les contagia por momentos con retazos de humor y de sencillez. Pero creo que sobre todo les embarga lo más importante para afrontar la vida y acercarse a la felicidad: ilusión, mucha ilusión.
Ahora rememoro secuencias de esta película maravillosa y coloco más cerca de mi vista aquellos muñequitos que compre en Nueva York con mi amigo Carlos. Cada vez que levanto la cabeza, los veo, sonrío, y entiendo mejor la inteligente filosofía que teníamos cuando éramos niños.
lunes, 2 de agosto de 2010
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